El primer hecho evidente que podemos observar de la Luna es que siempre está cambiando y sin embargo, repite su ciclo de manera inmutable. De una noche a la siguiente, la forma de la Luna es distinta, pero siempre se puede estar seguro de que al término de un mes, repetirá su pauta. La Luna presenta una contradicción: es indigna de confianza, pero al mismo tiempo, se puede confiar absolutamente en su ciclo. De ahí que se considerara a la Luna como “traicionera” y las primeras deidades lunares fueran paradójicas y de carácter ambiguo. En la antigüedad, el ciclo lunar recibía el nombre de la “Gran Ronda”, reflejando así su conexión con el destino y con lo que siempre retorna en una interminable repetición.
La Luna rige el ámbito orgánico del cuerpo y los instintos, y por eso las deidades son generalmente femeninas: porque del cuerpo femenino nacemos todos y de él recibimos nuestro primer alimento. No es difícil ver lo que sucede si nos negamos a relacionarnos con la Luna: podemos perder el sentimiento de la conexión con el cuerpo y la necesidad de cuidarlo, lo cual en un contexto más global significa una desconexión y un descuido de la naturaleza y la tierra viviente. Lo que nos recuerda que somos mortales es el cuerpo. El cuerpo físico experimenta el dolor, la enfermedad y el envejecimiento y no sólo el placer y el deleite. Nuestros estados emocionales y anímicos están igualmente, íntimamente relacionados con el cuerpo. Las necesidades instintivas básicas, como dormir, comer, ser tenido en brazos, tienen que ver con la Luna. Por lo tanto, cuando consideramos el principio psicológico simbolizado por la Luna, lo primero a tener en cuenta es nuestra necesidad básica de seguridad y supervivencia. Cuando estamos angustiados y necesitamos volver a sentirnos seguros, nos dirigimos a la Luna, que es la madre tierra dentro de nosotros.
La Luna rige el ámbito orgánico del cuerpo y los instintos el principio instintivo que sabe cómo nutrir y mantener la vida. El signo y la casa de la Luna natal ofrecen una descripción muy precisa de la clase de cosas que nos dan una sensación de seguridad. Aunque nuestra avidez lunar es una exigencia humana básica, las formas de expresarla y alimentarla son muy diversas y estas diferencias son muy evidentes desde la primer infancia. La Luna nos muestra cómo actuamos y respondemos instintivamente a cualquier situación o ambiente donde nos encontremos. Muchas veces se convierte en un mecanismo infantil, que domina nuestro comportamiento, sin que nos demos cuenta. Aunque la Luna esté realmente dentro de nosotros, primero la encontramos exteriorizada en la persona que nos ha traído al mundo: nuestra madre. Ella nos alimenta y nos protege. Mas adelante solemos proyectarla en la comida, posesiones, amigos, familia; buscando contención, refugio y seguridad. Es cierto que también indica características que nuestra madre posee efectivamente, aunque a veces estén reprimidas, de modo que es una especie de sustancia que describe a la vez no sólo a la madre y al hijo, sino también a la dinámica de esa primera relación. Siempre es fascinante ver cómo aparecen pautas lunares repetitivas en los horóscopos de la gran mayoría – si no de todos- los individuos que pertenecen al mismo grupo familiar. Trabajar con los problemas lunares es realmente trabajar con la sustancia de la familia. A medida que los dilemas se van repitiendo, cada generación tiene una nueva oportunidad de encontrar soluciones que la anterior no pudo alcanzar. De esta manera, esforzándonos por resolver los conflictos lunares, vamos redimiendo el pasado.
Fuentes: “Los Luminares – Seminarios de Astrología Psicológica” (Liz Greene y Howard Sasportas).